“Quiero que mi hijo sea abogado antes que mecánico”
o por qué siempre está mejor visto un trabajo “intelectual” que uno “manual”
Germán Ferrero
Como describe José Luis Sampedro al hablar de la evolución de la técnica, es en el Génesis donde se atribuye la invención de los trabajos prácticos a los tres hijos de Lamech, descendiente a su vez del maldecido Caín: Jabal, padre de quienes habitan en tiendas y crían ganado; Jubal, padre de todos los que manejan arpa y órgano; y Tubalcaín, padre de cuantos forjan el hierro y el cobre. (…) al igual que en tantos otros mitos atribuye las proezas técnicas a personajes tullidos, como Hefaistos y Wieland, o castigados, como Ícaro y Prometeo.
Paralelamente, desde la época grecorromana ha existido un desprecio por los oficios manuales, considerados “viles” y “mecánicos” y desempeñadosfundamentalmente por esclavos, mientras los ciudadanos sujetos de derechos podían disfrutar de la liberación de esos trabajos, de modo que podían “cultivar su espíritu”.
Así, el filósofo Aristóteles había excluido a los trabajadores manuales de la categoría de ciudadanos y los había diferenciado de los esclavos sólo porque los trabajadores manuales atendían a necesidades y requerimientos de muchas personas mientras que los esclavos atendían a una sola persona:
“El servicio físico a las necesidades de la vida proviene de los esclavos y de los animales domesticados. Por eso ha sido intención de la naturaleza modelar cuerpos diferentes para el hombre libre y para el esclavo” (Aristóteles)
En palabras de Eduardo Galeano: Un esclavo era más barato que una mula. La esclavitud, tema despreciable, rara vez aparecía en la poesía, el teatro o en las pinturas que decoraban las vasijas y los muros. Los filósofos la ignoraban, como no fuera para confirmar que ése era el destino natural de los seres inferiores, y para encender la alarma. Cuidado con ellos, advertía Platón. Los esclavos, decía, tienen una inevitable tendencia a odiar a sus amos (…)
“Las llamadas artes mecánicas están marcadas por un estigma vergonzoso en nuestra sociedad y se desprecian en nuestras ciudades” (Jenofonte)
Ya en la Edad Media los gremios intentan ser reconocidos por el Poder, de modo que pudieran conseguir la dignificación de la profesión. Eran considerados viles, tanto dichas ocupaciones como el dedicarse a ellas. La jerarquía cristiana señalaba que había que ser cristiano viejo y no haber ejercido oficios viles para ser noble, mentalidad nobiliaria que consideraba los oficios manuales como degradantes. Así todos aquellos que por fuerza hubieran de dedicarse a la agricultura u otros oficios “viles” fueran olvidando su nobleza. Francisco de Osuna decía:
“Dios mandó al hombre rico que obrase y no le dijo que trabajase, que esto pertenece a los pobres”
Es por ello que la nobleza presumía de tener “sangre azul”. Debido a la permanente falta de actividad física y a no recibir luz solar las venas se perciben azuladas, frente a las manos callosas, duras y oscurecidas por el Sol de, por ejemplo, los agricultores.
Galeano describe: En 1783, el rey de España declaró que los oficios manuales no eran deshonrosos. Hasta entonces no merecían el trato de “don” quienes hubieran vivido o vivieran del trabajo de sus manos, ni quienes tuvieran padre, madre o abuelos dedicados a oficios bajos y viles.
Desempeñaban oficios bajos y viles los que trabajaban la tierra, los que trabajaban la piedra, los que trabajaban la madera, los que vendían al por menor, los sastres, los barberos, los especieros y los zapateros (…)
Todo ello contribuye a explicar por qué en nuestra cultura los oficios han sido tradicionalmente menospreciados frente a las profesiones liberales y profesiones intelectuales, y por qué en la actualidad en nuestro sistema educativo existe un extraño desajuste: por cada 3 estudiantes universitarios solo hay un estudiante de ciclos de Formación Profesional, lo que conlleva a que las nuevas generaciones se encuentren sobrecualificadas, y a que se solicite a universitarios para puestos de trabajo que corresponderían a titulados en F.P. Por ejemplo, durante los años de la burbuja inmobiliaria en España ha existido una permanente carencia de electricistas, fontaneros, carpinteros,… mientras que había un exceso de abogados, psicólogos o periodistas.
Aunque nuestra realidad es más racional y compleja que en la antigüedad, el “qué dirán” (es decir, el prestigio social) sigue pesando. Ahora bien, ¿es seguro que un abogado va a encontrar trabajo antes que un mecánico? ¿y que va a ganar más dinero? No siempre.