Aunque no hemos leído su último libro “Pureza” y no sabemos si efectivamente Jonathan Franzen ha recuperado el esquema clásico de novela o si es el gran novelista americano que dicen, sí os diremos que nos encanta lo que hemos leído de él.
No solo por las historias corales que encierran libros como “Movimiento fuerte”, “Las correcciones” o “Libertad” sino, econoplásticamente hablando, sobre todo por el trasfondo en el que se sitúan: el esperpento de la sociedad capitalista y consumista en la que vivimos, el poder económico y financiero que controla nuestras vidas y nuestra participación en la farsa como marionetas que disfrutan de sus innumerables golosinas.
Como nuestra labor de críticos literarios no da para más, aquí os dejamos un párrafo de su libro “Movimiento fuerte” en el que el trasfondo lo forman los intereses de la industria química y los inicios del fracking. Como la vida misma…
“-Porque en definitiva –dijo Bob-, toda la riqueza que una persona obtiene más allá de lo que puede producir por su propio trabajo nace sin duda a expensas de la naturaleza o de otras personas. Echa un vistazo. Echa un vistazo a la casa, al coche, a la cuenta bancaria, a la ropa que vestimos, a nuestros hábitos alimenticios, a nuestros electrodomésticos. ¿Podría haber producido todo esto el trabajo físico de una sola familia y de sus inmediatos antepasados y esa mil millonésima parte de los recursos renovables que les correspondería? Hace falta mucho tiempo para construir una casa de la nada; hacen falta muchas calorías para transportarse uno mismo de Filadelfia a Pittsburgh. Aunque no seas muy rico, vives en descubierto. Estás en deuda con trabajadores textiles de Malasia y con montadores de circuitos impresos coreanos y con cortadores de caña de Haití que viven seis en una sola habitación. En deuda con un banco, en deuda con la tierra de la que has extraído petróleo, carbón y gas natural que nadie le podrá devolver. En deuda con los cien metros cuadrados de un vertedero que soportarán la carga de tus desperdicios personales durante diez mil años. En deuda con el aire y el agua, en deuda por poderes con inversores japoneses y alemanes. En deuda con los biznietos que pagarán tus comodidades cuando tú estés muerto: tus biznietos que vivirán seis en una sola habitación, contemplando sus cánceres de piel y sabiendo, cosa que tú no, lo mucho que se tarda en ir de Filadelfia a Pittsburgh cuando vives en números rojos”.