A menudo damos por universalmente conocidos conceptos y personajes imprescindibles para comprender la situación de la Economía y la evolución del pensamiento económico, y más de una vez y de dos nos ha sucedido que en pleno arrebato explicativo sobre la crisis del keynesiamismo, la crisis ecológica, las salidas del neolibrealismo… de pronto alguien de nuestro entorno cercano (y por tanto víctima más o menos habitual de nuestras chapas) nos pregunta: «pss pss,… oye, y el Keynes ese, ¿quién es? y ¿y es eso del neoliberaliqué? ¿qué es lo que es? Así pues, vamos a empezar por el principio.
Adam Smith en el SXVIII, con el nacimiento de la Revolución Industrial, además de establecer las bases de la Economía como ciencia, es el precursor del pensamiento liberal o liberalismo. Pero Adam Smith no es un estudioso relacionado con ciencias sociales, ni con la Historia. Es un profesor de moral, y piensa que en la Economía existen una serie de fuerzas naturales (como las de la Física en la naturaleza) que él trata de comprender. Habla de una Mano Invisible (él estaba pensando en Dios), según la cual, los procesos de compras y ventas, es decir los mercados, llevan por sí solos (sin la intervención del Estado) a una armonía natural y situaciones de pleno empleo. El Estado se ocuparía simplemente de emitir moneda, de mantener el orden público y de proteger la propiedad privada. Propone, por tanto, un sistema capitalista puro, también llamado de libre mercado.
Marx en el SXIX, ya en plena expansión de la Revolución Industrial considera la desigualdad que provoca la “Mano Invisible” algo intolerable, y considera que el Estado debe intervenir en la Economía organizándola y asegurando que toda la población tenga satisfechas sus necesidades básicas (vivienda, sanidad, alimentación, educación,…). Para él, la Historia de la Humanidad es la Historia de la lucha de clases, y anima a la clase trabajadora a crear una nueva sociedad alternativa al capitalismo basada en la igualdad en el acceso a los recursos. Del marxismo surgen dos corrientes: la que considera que hay que tomar el Estado, y que dio lugar a los países de economías socialistas, como la Unión Soviética, con diferentes interpretaciones de cómo llevarlo a cabo (leninismo, trotskismo, stalinismo, maoísmo,…) y por otra parte la que considera que hay que destruir ese Estado, el anarquismo, modelo basado en la autogestión, el apoyo mutuo, la democracia directa y la eliminación de las jerarquías.
Ya llegado el SXX, tras el Crack de 1929 Keynes propone la intervención del Estado en la Economía Capitalista, con el fin de corregir las desigualdades sociales y las altas tasas de desempleo producidos por los mercados funcionando sin ningún tipo de normativa. Es lo que se denomina un Sistema de Economía Mixta. Tras su implantación definitiva en los países occidentales una vez terminada la II Guerra Mundial y hasta 1975, dio lugar al periodo denominado los “30 años Gloriosos del Capitalismo” o la “Edad de Oro del Capitalismo”, en los que se crean los Estados de Bienestar y los sistemas Seguridad Social, la sociedad de consumo, la generalización de las clases medias en Europa y Estados Unidos y la reactivación de la actividad económica mediante el fomento del consumo. En este modelo, conviven las empresas privadas con empresas públicas y sectores estratégicos como la Energía, el Transporte o las comunicaciones deben ser gestionados por el Estado.
En los años 70 surge un nuevo concepto hoy cada vez más coloquial, el neoliberalismo, de la mano de la Escuela de Chicago y el economista Friedman, que más que un modelo económico diferente es una interpretación de cómo aplicar el primero de los sistemas, el liberalismo. De hecho, esta interpretación a menudo contradice al propio liberalismo, pues no se busca la desregulación de la Economía, sino la regulación e intervención del Estado en favor de las grandes empresas, cada vez más grandes y poderosas como consecuencia del proceso natural de acumulación de capital del sistema capitalista.
De acuerdo con el neoliberalismo, la gestión pública y comunitaria se considera, por norma, ineficiente, y por tanto todas las empresas y propiedades públicas se deben privatizar, y los servicios públicos se deben subcontratar a empresas privadas. En consecuencia, todo ello ha pasado en las últimas décadas a ser adquirido o gestionado por grandes empresas privadas, incluidas aquellas empresas públicas que generaban beneficios (más fáciles de vender) y quedándose el Estado con aquellas que arrojan pérdidas, realimentando el argumento neoliberal de que todo lo público genera pérdidas. Por otra parte no se tienen en cuenta otro tipo de beneficios públicos, por ejemplo la rentabilidad social de una biblioteca pública o de un centro social.
El neoliberalismo defiende la libertad de movimiento del Capital, pero no la del factor Trabajo. Las grandes empresas tienen la posibilidad de instalarse en cualquier lugar del mundo, por ello es el Estado quien debe ofrecer “incentivos” para que éstas se queden. Entre estos incentivos están la desregulación del mercado laboral con la eliminación paulatina de los derechos laborales de los trabajadores occidentales y la modificación hacia una fiscalidad cada vez más regresiva, en la que las rentas del capital y de las personas y empresas con ingresos más altos son cada vez menores, en detrimento de las rentas del trabajo y de las PYMES. Como consecuencia los ingresos del Estado han descendido, lo que ha contribuído a reforzar otro de los argumentos neoliberales, el de que los sistemas de protección social de carácter universal son económicamente inviables.
Vinceç Navarro define el neoliberalismo como una respuesta de los grupos dominantes a la pérdida de privilegios resultado de la presión de las clases populares y de los movimientos sociales. Se pone en práctica en Chile por un amigo personal de Friedman, Pinochet, en 1973, posteriormente en Gran Bretaña con Margaret Thatcher en 1979 y en el Estados Unidos de Ronald Reagan en 1980. A lo largo de los años 80 y especialmente a partir de 1989 con la Caída del Muro de Berlín y la desaparición de la mayor parte de los sistemas de economía socialista, el neoliberalismo se multiplica rápidamente.
Con la globalización, que es el proceso por el que se conoce a la expansión del capitalismo a todo el planeta, el sistema neoliberal alcanza a todos los continente y a la mayor parte de los países, y hoy en día es el predominante en detrimento del anterior keynesianismo y su idea de Estado protector y paternalista. Desde el neoliberalismo se cuestiona la capacidad de las sociedades para soportar el coste de sanidad y educación universal, y de prestaciones sociales, todo ello edificado tras el más trágico episodio de la Historia de la Humanidad: la Segunda Guerra Mundial, aquel tiempo en el que Theodor Wiesengrund Adorno dijo aquello de “después de Auschwitz no se puede escribir poesía”
Como reflexionaba Stéphane Hessel en su manifiesto “Indignez-vous!” (“Indignaos!”), hoy, décadas después, nuestras sociedades son hoy, en términos materiales, inmensamente más ricas que entonces, si entonces se pudo, hoy también se puede.
El giro del keynesianismo hacia el neoliberalismo, tiene más que ver por tanto con el cambio en las prioridades y valores de nuestras sociedades y de los centros de poder, y con la acumulación de poder económico cada vez en menos manos producida desde entonces que con la incapacidad material de nuestras sociedades. Esto quedó reflejado en la célebre frase del multimillonario Warren Buffet en 2011: “La lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando”
Por otra parte, la fórmula para superar la Gran Depresión del keynesianismo, basada en el incremento del consumo ya no sirve. Estamos viviendo una crisis estructural no solo una crisis económica o financiera, sino también, y posiblemente más grave ecológica, política y de valores. Hoy más que nunca es imprescindible recuperar el norte de la Economía, su objetivo primario, el de la satisfacción de las necesidades de todas las personas, más allá del consumo por el consumo.
La realidad es que la crisis está sirviendo para que el poder político y económico impongan cambios estructurales a una sociedad aterrorizada y con un tejido social y asociativo en buena medida destruido. Es lo que la canadiense Naomi Klein en su libro y documental “La Doctrina del Shock” denomina “el auge del capitalismo del desastre”. Según ella, la población en momentos de conflictos bélicos, de desmoronamientos económicos,… se encuentra en estado de shock, de modo que acepta más pasivamente la introducción de cambios estructurales y la pérdida de derechos básicos, que en un momento de lucidez jamás consentiría. De hecho, Friedman decía “sólo una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero”.
“Luego dirán ustedes que soy pesimista. Pero soy optimista, porque tengo tan mala opinión del sistema en que vivimos que estoy deseando que se desmorone y que desescombren el solar y construyan otra cosa. Porque esto verdaderamente va contra la dignidad humana, que es un valor supremo. De modo que soy optimista. Espero que esto se vaya al garete –yo no lo veré– , pero ustedes disfrutarán del espectáculo. Será incómodo, pero disfrutarán del espectáculo. Y vendrá otra cosa. ¿Cuál? No lo sé. En el feudalismo a nadie se le ocurría que iba a llegar el capitalismo, pero aquello se hundía. De modo que en esta situación estamos y dentro de eso se inserta la crisis.”
José Luis Sampedro
Germán Ferrero